El porqué de los dichos
La persona que había estornudado al nacer era tenida por dichosa. El estornudar a la izquierda era una señal fatal, al paso que estornudar a la derecha se consideraba agüero favorable.
Los griegos solían decir ¡Vivid! y Que Júpiter te conserve a los que estornudaban. Los romanos decían ¡Salve! siempre que oían estornudar.
Se piensa que en una epidemia que hubo en Roma en el año 591, bajo el pontificado de Gregorio I, los atacados de peste morían estornudando, y que de aquí vino la costumbre de decir Dios te bendiga, que después se simplificó, diciendo Salud, Jesús
En uno de sus ensayos, Montaigne escribe:
¿Me preguntáis de dónde proviene esa costumbre de bendecir a los que estornudan? Nosotros producimos tres clases de viento: el que sale por abajo es demasiado puerco; el que exhala nuestra boca lleva consigo algún reproche de glotonería; el tercero es el estornudo; y porque viene de la cabeza y no es acreedor a censura, le tributamos honroso acogimiento. No os burleis de esta sutileza, de la cual, según se dice, Aristóteles es el padre.
¡Atchúus!
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