lunes, agosto 20, 2007

El funeral

Gunnila se levantó al amanecer y pasó dos horas cocinando, tenía que dejar comida para los días que iba a estar fuera. Esa fue una de las condiciones que puso Hans para dejarla ir a Viena, las otras fueron, que no pusiera ningún impedimento para el matrimonio de su pequeña Anne Marie con el viudo Schiller y ¡Señor, le daba vergüenza hasta pensarlo! Y si recordaba la noche anterior….Dos manchas escarlatas salpicaron sus mejillas, no quería acordarse de lo que le hizo Hans.
Terminó de recoger la pequeña cocina, se puso el mantón de lana sobre los hombros y el pañuelo tapando su rubio cabello, se colgó la cesta de mimbre del brazo izquierdo y abrió la puerta procurando que los goznes no chirriaran mucho. No quería ver la cara de su marido hasta que volviera.
Caminó con dificultad hasta la aldea, le dolía todo el cuerpo, sobre todo la cara interna de los muslos. Al llegar a la plaza se sentó en el banco apostado delante del colmado, y allí esperó con paciencia durante media hora.
La carreta conducida por Pieter Muller iba casi completa, sólo quedaba hueco para dos personas como mucho. Gunnila subió trabajosamente ayudada por los que ya estaban sentados, y esperaron hasta que Renata Schiller subió.
El único sitio que quedaba libre era junto a ella y allí se dirigió Renata no sin cierto disgusto.
-Buenos día señora Heiddeger-le saludó la joven mirando hacia el suelo.
-¿Cómo está usted señorita Renata?-le contestó Gunnilla.
-Podría decirle que he tenido días mejores,-dijo con altanería la muchacha.
El silencio se instaló entre ellas durante un buen rato, hasta que Renata casi sin pensarlo se volvió hacía ella y le preguntó:
¿Es cierto lo que me ha dicho mi padre?
-Se refiere usted a la próxima boda de mi hija con su padre-Le contestó Gunnilla avergonzada-¿No es eso?
-¡Claro que es a eso a lo que me refiero! ¿A qué otra cosa podría ser?-respondió airada.
-Si, es cierto. Mi esposo y su padre lo acordaron ayer-dijo con tristeza.
-¡Pero, es inaudito! Su hija, Anne Marie es más joven que yo. ¿Qué edad tiene? ¿Dieciséis?.
-En Noviembre cumplirá diecisiete, ya no es una niña. Yo tenía dieciséis cuando me casé. E incluso nuestra amada emperatriz tenía esa edad…-Contestó Gunnilla, sin creerse que ella pudiera estar diciendo aquello.
-No estamos hablando de la emperatriz, Dios la tenga en su gloria, ni de usted, señora Heiddeger. ¡Si no de mi padre! Tiene cincuenta y dos años, es un viejo, y su hija ¡Cómo va a ser mi madre, es tres años más joven que yo, incluso dos más que mi hermano Klaus! ¿Cómo va a hacer feliz a mi padre, cómo va a criar a Gerthie y a Johan? Ellos necesitan una madre, no una hermanita mayor.
-Anne Marie es muy responsable, ella se ocupa de sus hermanos cuando su padre y yo vamos a trabajar en primavera a Salzburgo-Gunnilla intentaba defender a su hija, enumerando sus virtudes, aunque en realidad estaba de acuerdo con todo lo que la joven Renata le decía-Cocina estupendamente, es limpia y ordenada y adora a los niños. Será una gran amiga de sus hermanitos… y quizá usted y ella lleguen a serlo, también-dijo con esperanza.
-¡Nunca señora Heiddeger, nunca!-Afirmó Renata con fiereza.
La joven volvió la cabeza y fijó su vista en las verdes montañas de la campiña austriaca. Permanecieron en silencio mucho tiempo, y cuando ya se divisaba los altos edificios de la capital, se volvió hacia Gunnila de nuevo.
-¿A qué va a Viena señora Heiddeger?-Gunnila no se sorprendió por la forma tan directa de preguntar de Renata. Estaba acostumbrada a que se dirigiera a ella sin ninguna educación. Había limpiado su casa cuando su madre estuvo enferma. Para Renata, ella y su familia eran sólo pobres campesinos incultos. Por eso sobre todo, odiaba la idea de que Anne Marie fuera a formar parte de ella
-Voy al funeral de nuestra amada emperatriz-contestó bajando la mirada.
Renata la miró sorprendida-Yo también voy allí. Pero, ¿Va usted a la catedral?
-No, estaré en la calle, cerca de la catedral. Veré pasar su carroza fúnebre y rezaré por su pobre alma-le dijo Gunnila.
-¡Qué tonta soy!-pensó Renata-Como iba a ir a la catedral, no la dejarían pasar con esas ropas viejas y ese cestito tan ridículo. Y mirando a Gunnila dijo-Yo estaré en la catedral, de pie naturalmente, pero acompañando a nuestra adorada Sissi, como debe ser.
Gunnila miró al suelo y asintió con la cabeza. Ambas quedaron calladas hasta que Renata de nuevo habló como para ella misma.
-¡Pobre emperatriz, que vida tan trágica!
-¿Qué quiere usted decir señorita?-preguntó Gunnila asombrada.
-Pues, ya sabe señora Heiddeger, lo que se cuenta de ella. ¿No? Pero, ¿Es posible que no sepa usted que fue obligada a casarse con el emperador?-Renata se dio cuenta por la expresión de su compañera de viaje que era una autentica sorpresa para ella, y continuó su relato.
-Sí sabrá que ella era prima hermana de “Franzzie”-le dijo con una mirada cómplice, Gunnila por su parte enrojeció al escuchar tal familiaridad en la denominación del emperador-y que quién estaba destinada al matrimonio era su hermana mayor.
Gunnila asintió, aunque era la primera vez que oía la historia-Pero en la fiesta de presentación, el emperador se enamoró de Sissi y decidió casarse con ella, con la oposición de la Archiduquesa, que después le hizo la vida imposible a la pobre.
Renata hizo una pausa mientras contemplaba el rostro atónito de la otra-Y es que casarse sin amor es un terrible error. ¿No esta de acuerdo señora Heiddeger?-Le preguntó maliciosamente.
-Sí, sí, claro señorita Renata, pero ella tuvo todo lo que deseó ¿No?-contestó Gunnila con temor.
-En lo material, por supuesto. Pero no en el amor. ¿Y qué es la vida si no hay amor?-dijo con tono suficiente.
Gunnila no respondió, pero pensó en su propia vida junto a Hans y un suspiro huyó de ella.
Entraban ya en la ciudad imperial y las dos mujeres prestaron su atención a la gente que caminaba presurosa por ellas. Al llegar a la posta, bajaron de la carreta y Renata se despidió.
-Adiós señora Heiddeger. No nos veremos en la vuelta puesto que voy a quedarme en casa de mi tía unos días. Supongo que usted volverá mañana.
-Así es, me quedaré en Viena hoy. Dormiré en una pequeña pensión en..-Renata no le dio tiempo a continuar.
-Disculpe, tengo mucha prisa. Debo llegar pronto a la catedral para tener un buen sitio-Y dándose la vuelta, se marchó sin esperar el saludo de Gunnila.
Ella se quedó mirando la espalda elegante de la joven, y siguió sus pasos entre la muchedumbre.
Al llegar a la catedral vio como Renata entraba por una de las puertas laterales, y ella se sentó en uno de los bancos que la circundaban. Abrió el cesto, sacó pan y un pedazo de queso y los comió contemplando el barullo de la plaza.
Más tarde, tras haber visto el paso de la comitiva subida en el mismo banco, emprendió el camino hacia la pensión, mientras en su cabeza daba vueltas lo que le había contado Renata.
Así que no sólo las campesinas como ella y como su Anne Marie se casaban obligadas por sus familias. ¡También los nobles lo hacían! Recordó su propia boda, el miedo que tuvo desde que su padre se lo dijo hasta la noche de bodas. ¡Y después! Más miedo aún, a Hans, a sus suegros con los que vivían, a que llegara la noche y Hans regresara de la taberna…
Siguió pensando en ello hasta que el cansancio hizo que se durmiera, y al día siguiente despertó con la mirada aterrada de Anne Marie en su cabeza.
En el viaje de vuelta no habló con nadie, sólo deseaba llegar a su casa. Cuando llegó todos dormían. Sin quitarse el mantón se dirigió a la pequeña habitación que compartían sus hijos. Sacó varias prendas de un arcón y las metió en la vieja maleta de cartón que usaban cuando iban a trabajar a Salzburgo.
Se acercó a la cama donde Anne Marie dormía junto a sus dos hermanas, y poniéndole la mano sobre la boca la despertó. Su hija le miró extrañada y ella le hizo una seña con la mano libre para que se levantara.
Le alumbro con la vela que llevaba para que se vistiera y salieron de la habitación. En la cocina volvió a hacerle un gesto para que guardara silencio, y tomó la maleta con una mano y con la otra a su hija, y salieron.
En el camino hacia la estación de Graz le contó a su hija la idea que había tenido. Anne Marie la escuchaba atónita, pero cuando terminó una gran sonrisa iluminó su rostro.
Mientras esperaban la llegada del tren de Salzburgo, Gunnila sonreía feliz, y no quería pensar en lo que le esperaba cuando volviera a su casa, sólo pensaba en la cara de la señorita Renata cuando le dijera que Anne Marie era libre para vivir.

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3 Comments:

Blogger J.S. Zolliker said...

Te sentaron bien las vacaciones!

8:44 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

vale..buen cuento..saludos.
benjamin
cajamarca-Perú
http://benjamin-h.blogia.com

5:15 a. m.  
Anonymous BLOG to BLOG said...

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www.blogger-linker.blogspot.com

1:30 a. m.  

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