Bueno, si llovió de camino a Valencia, pero al llegar allí, fuimos recibido por un tiempo maravilloso.
Después de inscribirnos en el parador, nos vestimos de acuerdo a la temperatura, y nos fuimos al puerto, ya que habíamos quedado con la pareja que conocimos en Peñíscola y que viven en
Tabernes, al ladito de Valencia.
Estuvimos paseando por la playa hasta la hora de la comida, que la hicimos en un restaurante a pie de playa. ¡como era de esperar comimos paella¡
Según los valencianos estaba muy buena, según los madrileños estaba grasienta, pero nos reservamos la opinión. No era cuestión de un enfrentamiento paelleril.
Seguimos con ellos hasta bien entrada la tarde en su casa, junto con unos familiares de ellos, que me dieron instrucciones para hacer la paella al estilo valenciano. Probaré a ver que tal.
Después nos fuimos al parador, perdiéndonos varias veces por la ciudad, y cuando llegamos allí nos dimos un paseito por la playa, vacía, y nos metimos sin querer por el circuito de golf, y casi nos descalabran.
Por la noche cenamos en el parador: parrillada de verduras (siempre que comemos en un restaurante parrillada de verduras, nos quedamos con la sensación de que está poco hecha)después, yo, parrillada de pescado y marisco (se quedó media) y Julián, dorada a la sal.
Todo bien, pero a la hora del postre, en la carta venía té moruno, éste té junto con el américano es el único que tomo porque no sabe a té. Así que lo pedimos, y nos trajeron una tetera enorme llena de agua, y con dos bolsitas de té verde.
- -¡Perdone, ¿ésto que es?-le decimos al camarero.
- -Té moruno, señores-nos dice él muy ufano.
- -¡ah¡ ¿y la hierbabuena y la menta?
- -¿.......?- Cara de expresión del camarero.
Allí se quedó el té, no nos lo cobraron, claro.
Nos subimos a la habitación y no os voy a contar que anduvimos haciendo hasta la hora de dormir, os lo imaginais si quereís.
Tuve la feliz ocurrencia de dejar entreabierta la puerta de la terraza, con lo que a las siete de la mañana me despertó el amanecer, así que me levanté, me puse a jugar con la
hasta las ocho, que fue cuando desperté a Julián y nos fuimos a desayunar.
Después paseito por la playa, guardar todo otra vez en la maleta, y dejar el parador a las doce.
El
parador está situado en el Saler, dentro del
Parque Natural de la Albufera, así que nos fuimos a un pueblo cercano, llamado
El Palmar, y resultó que es el pueblo con más restaurantes de toda España.
A la hora que nosotros llegamos no había mucha gente, pero sobre la una de la tarde empezaron a llegar coches y eso parecía la
Gran Vía en hora punta.
Comimos en la terraza de uno de los restaurantes, que está al lado de un canal, probamos el "
All y Pebre" que es un guiso de patatas y anguila. Lo probé con cierto repelús, pues yo no se que tiene la pobre anguila, pero da un poquito de asco.
Al segundo trocillo de anguila, casi me trago una espina, con lo que encontré la excusa para no seguir comiendolo.
De segundo "Arroz señoret" que es una especie de "
Arroz a banda", segunda impresión de arroces valencianos : Grasientos.
Me da la sensación que el gusto que tenemos por aquí de la paella no es muy coincidente con el de Valencia.
Después de comer, caminito y manta hasta Madrid, también nos llovió a la vuelta.
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