Nelson salió del Registro de la calle de la Montera agotado; cuando llegó a las ocho de la mañana, ya se había formado una cola que llegaba casi hasta la esquina; se puso detrás de la última persona de la fila y se dispuso a esperar su turno.
Después de dos horas, ya sabía que la señora que estaba delante suyo, se llamaba Martina y que llevaba dos años en Madrid, e intentaba traer a su marido y sus hijos con ella, y que los dos hombres que estaban detrás de él, eran Marco Antonio y su hijo que traían los papeles para conseguir legalizar su situación.
Cuando salió de allí llevaba anotados en su agenda, tres números más de teléfono, y una nueva negativa por respuesta a su solicitud.
Cruzó la calle camino de la Gran Vía, y cuando llegó a San Alberto, unas luces de neón rojas llamaron su atención.
Se acercó al escaparate de la tienda y leyó “Santería La Milagrosa”. De las luces de neón salían frases contundentes “SE REALIZAN CURACIONES” “SE LEE EL TAROT Y LAS CARACOLAS”.
Contempló el escaparate, y vio extraños artículos; barajas de cartas, velas con distintas formas, algunas de ellas hicieron que el rubor apareciera en su cara y amuletos.
Decidió entrar, conocía bien la santería aunque no era ni mucho menos devoto de ella, pero en su país había mucha gente que creía, su madre sin ir más lejos, en alguna ocasión había recurrido a la santera de su pueblo consiguiendo buenos resultados.
Compró un amuleto en forma de bolsa. El dependiente le aseguró que el santero le había lanzado un potente hechizo y que la persona que lo llevara colgado conseguiría todos sus deseos. Nelson se lo puso al cuello, pensando que era una bobada, pero por si acaso…..
A la mañana siguiente, salió de la casa que compartía con su prima, el marido de ésta y los tres hijos del matrimonio, y se acercó a buscar trabajo a la obra que había visto unos días antes. El encargado le dijo que cuando tuviera los papeles en regla volviera por allí; no podía exponerse a contratarle sin ellos.
Deambuló por el barrio buscando algún cartel que pidiera: un camarero, un dependiente, un mozo; cualquier cosa, pero no lo encontró.
Decidió volver al piso y aprovechando que tanto su prima como el marido habian ido al trabajo, buscó algo de comida. Quizás tuviera suerte y hubieran olvidado poner el candado al frigo. Estaba muerto de hambre, no había comido nada desde la mañana del día anterior.
Tuvo suerte, su prima había olvidado guardar las magdalenas del desayuno; comió tres y limpió las migas que habían caído en la mesa.
Se acostó y dejó pasar la mañana entre los recuerdos de su familia y los ratos en los que se quedaba adormilado.
Al volver los hijos de su prima del colegio, se levantó y cuando la hija mayor ponía la comida a sus hermanos, se sentó a la mesa mirando con ojos ávidos el humo que salía de la cacerola.
Floryss, la niña mayor, observó como las aletas de la nariz de Nelson se abrían como si intentaran atrapar la sustancia de aquel guiso, entonces llenó uno de los platos y se lo dio. Nelson no abrió la boca, sólo miró a Floryss con los ojos llenos de agradecimiento y comió.
Por la noche, cuando ya toda la familia estaba en la casa y se disponían a cenar, Nelson salió a la calle, prefería dar una vuelta que ver como los demás comían. El marido de su prima no iba a ser tan generoso como su hija, y hasta era probable que le volviera a decir que se buscara otra habitación.
Fue hasta un parque cercano, dónde solían reunirse sus compatriotas, sí había alguno por allí, cabía la posibilidad de que le cayera algún bocado.
No vio a nadie conocido y se sentó en uno de los bancos que rodeaban el pequeño lago. Aún hacía buen tiempo y era agradable sentir la suave brisa en el rostro.
Nelson andaba sumido en sus pensamientos cuando oyó unos pasos que se acercaban. Volvió la cabeza y se encontró con tres chicos que a su vez le miraban sorprendidos,
-¡Coño, un puto sudaca¡- dijo uno de ellos, y los tres se acercaron al banco.
Nelson se levantó rápidamente, pero el chico que había hablado le cortó el paso y empujándole le gritó.
-¿Qué haces aquí, maricón? Este parque está reservado para los blancos.
Los otros chicos se acercaron y comenzaron a empujarle y a gritarle.
-¡Puto sudaca¡¡Vuélvete a tu país de mierda¡
-¿Qué haces aquí, eh? ¿Querías pillar a una chica para tirártela? ¡Cabrón¡
Nelson intentó defenderse y empujó al que estaba más cerca de él, que cayó al suelo.
-¡Cabrón, te vas a enterar de lo que les hacemos a los mierdas como tu¡-dijo él
que le había empujado primero, sacando una navaja.
Mi nombre es Floryss y tengo 14 años, en mi país a mi edad muchas chicas se casan, algunas incluso, tienen ya hijos, pero aquí en España, las niñas de mi edad sólo van al colegio, como mucho recogen su habitación y hacen algún recado.
Yo no trabajo, voy al colegio, pero cuando vuelvo al piso tengo que ocuparme de preparar la comida para mis hermanos, por algo soy la mayor, y como mi mamá anda trabajando, pues me toca a mí. Paso casi todo el tiempo cuidando de Angelito y Zoraida, mis hermanitos y ocupándome de tener el piso limpio para cuando vuelven mis papás.
El tío Nelson me ayuda alguna vez, cuando se cansa de estar tumbado en su cama con los ojos llenitos de lágrimas, o cuando vuelve de buscar trabajo o de ese sitio donde va para arreglar los papeles y del que siempre vuelve triste, como ayer. Cuando regresamos del colegio, y entré en la cocina a calentar mi guisito, los hermanitos y el tío Nelson se sentaron a la mesa. Yo llegué con el puchero humeante y les llené los platos a los niños y entonces miré al tío, pero él estaba mirando el humo que salía del puchero, me fijé en las aletas de su nariz porque se abrieron mucho como si quisiera tragarse por ellas todo el guisito. Me dio mucha pena, y no hice caso a lo que me dice mi papá todos los días, “Floryss, Nelson no come acá y si quiere comer que traiga plata”, así que cogí otro plato, lo llené y se lo puse al tío. Él me miró como queriendo comerme a mí.
A luego, en la noche, cuando los papás llegaron, tío Nelson se marchó, y mucho más tarde cuando estábamos dormidos, comenzaron a sonar unos terrible golpes en la puerta.
Nos levantamos asustados, y el papá abrió una “mijita” para ver quién era. Nosotros, escondidos tras la mamá, intentabamos descubrir con quién hablaba.
Cuando se volvió, dejando abierta la puerta, vimos a unos policías. El papá le dijo a la mamá que tio Nelson había tenido un accidente y estaba en el hospital.
Se fueron corriendo “pallá” y yo me quedé con los nenes esperando.
Nelson abrió los ojos y sonrió. Se incorporó de la cama con dificultad, aún le tiraban los puntos de la herida.
Entró a la cocina y saludó a su familia. Adalberto, le sonrió y le invitó a sentarse con un gesto “Siéntese “mijo”, llegaste a punto para comer”.
Nelson contempló el puchero de sancocho, olía maravillosamente; después miró a su prima y a los niños sentados a la mesa, y con suavidad apretó el amuleto que le colgaba del cuello. Notó la hendidura que había dejado la hoja de la navaja y se prometió liquidar su deuda con el santero.
Gracias a Javi que me pasó las dos palabras. He tardado más de la cuenta, JaviEtiquetas: Relatos