Maldición
Yo nací maldito, eso me decía mi madre cuando harta ya de mi, me agarraba por las orejas y me tiraba al jergón. Yo me hacía un ovillo mientras ella calmaba su furia azotándome con el vergajo hasta quedar agotada.
Nunca iba al río con mis amigos, no quería que vieran los verdugones que tenía en el cuerpo, no quería que supieran que era un cobarde que se dejaba pegar por una hembra. Bastante tenía con que todos me llamaran bastardo o fill de puta.El que suponía que era mi padre, Pedro Ruiz, era el boticario del pueblo. Digo suponía porque mi madre nunca me lo dijo, pero sus ojos eran del mismo color que los míos, y su pelo tan encrespado y rojo como el que me cubría la testa.
Andaba yo por los trece años cuando mi madre me vendió a un buhonero que vino al pueblo a vender sus baratijas y abalorios. Mi madre intimó con él, como con casi todos los varones que andaban cerca de ella, y una noche después de retozar en el jergón, oí como mi madre le decía que cuando pensaba partir, él le contestó que en un par de días alzaría el vuelo.
Entonces ella le dijo que me llevara con él-Es un zagal listo, te vendrá bien; sabe trabajar duro, ya me he encargado yo de ello y además puede prepararte un buen plato de gachas. Te lo doy por veinte maravedises.
-¿Y para qué necesitas veinte maravedises tu?- Le dijo riendo el buhonero.
-Para comprar un vestido para la fiesta del patrón y algunos amuletos, y si me sobra un tonelillo de vino dulce.
-Veinte maravedises, eh. Trato hecho, me quedo con el zagal. Me vendrá bien una ayuda.
Así unos días más tarde partí con el buhonero, con tan solo los harapos que llevaba sobre mi piel, y sin que mi madre derramara una lágrima al despedirse de mí.
Viajamos hacia el norte durante varias semanas. Al llegar cerca de León, Munio que así se llamaba el buhonero, cambió algunas de sus baratijas por una camisa y unas calzas de lana y unas botas usadas de cuero para mí. Dijo que no quería que me muriera de frío, por lo menos antes de dos años, para compensar el gasto
Munio me trataba mejor de lo que nunca lo hubiera hecho mi madre. Nunca me azotó sin razón y me daba de comer lo mismo que él comía. Yo estaba agradecido a mi amo y señor.
Tras pasar León nos dirigimos hacia tierras asturianas, y ya cerca de Oviedo, nos salieron al paso unos caminantes. Al principio nos parecieron peregrinos de viaje santo, pero al acercarse a nosotros, Munio se dio cuenta que eran asaltantes.
-¡Ojo Nuño!-me dijo-Toma-y me tendió la navaja que usaba para cortar las hogazas de pan. Yo me quedé alelado mirándola hasta que los hombres se dirigieron a nosotros voceando. Entonces me la guardé debajo de la camisa.
Los asaltantes llegaron hasta nosotros y se encararon con Munio, pidiéndole lo que llevaba. El se resistió y uno de ellos le atizó con un garrote. Cayó al suelo sin pronunciar una palabra. Rebuscaron en sus bultos, y el que había golpeado al buhonero me miró. Yo estaba temblando-¡Eh zagal, ¿era tu padre? Negué con la cabeza, y el hombre se echó a reir.
-Ahora eres libre muchacho. Puedes irte por tu camino o venir con nosotros. No tendrás una vida tranquila pero será mejor que la que tenías
Mientras ellos emprendían la marcha, yo me quedé atrás, y algo me hizo seguirles, al principio varios pasos detrás, pero al poco caminaba a su lado.
No hay tiempo ahora para relatar mis andanzas junto a ellos, escribo estas letras desde un calabozo de la alcazaba de Gormaz, donde espero la hora de encontrarme con el Señor, o tal vez sea con el diablo, con quien tenga que jugarme los cuartos. Lo mismo me da acabar mi maldición con cualquiera de los dos.
Nunca iba al río con mis amigos, no quería que vieran los verdugones que tenía en el cuerpo, no quería que supieran que era un cobarde que se dejaba pegar por una hembra. Bastante tenía con que todos me llamaran bastardo o fill de puta.El que suponía que era mi padre, Pedro Ruiz, era el boticario del pueblo. Digo suponía porque mi madre nunca me lo dijo, pero sus ojos eran del mismo color que los míos, y su pelo tan encrespado y rojo como el que me cubría la testa.
Andaba yo por los trece años cuando mi madre me vendió a un buhonero que vino al pueblo a vender sus baratijas y abalorios. Mi madre intimó con él, como con casi todos los varones que andaban cerca de ella, y una noche después de retozar en el jergón, oí como mi madre le decía que cuando pensaba partir, él le contestó que en un par de días alzaría el vuelo.
Entonces ella le dijo que me llevara con él-Es un zagal listo, te vendrá bien; sabe trabajar duro, ya me he encargado yo de ello y además puede prepararte un buen plato de gachas. Te lo doy por veinte maravedises.
-¿Y para qué necesitas veinte maravedises tu?- Le dijo riendo el buhonero.
-Para comprar un vestido para la fiesta del patrón y algunos amuletos, y si me sobra un tonelillo de vino dulce.
-Veinte maravedises, eh. Trato hecho, me quedo con el zagal. Me vendrá bien una ayuda.
Así unos días más tarde partí con el buhonero, con tan solo los harapos que llevaba sobre mi piel, y sin que mi madre derramara una lágrima al despedirse de mí.
Viajamos hacia el norte durante varias semanas. Al llegar cerca de León, Munio que así se llamaba el buhonero, cambió algunas de sus baratijas por una camisa y unas calzas de lana y unas botas usadas de cuero para mí. Dijo que no quería que me muriera de frío, por lo menos antes de dos años, para compensar el gasto
Munio me trataba mejor de lo que nunca lo hubiera hecho mi madre. Nunca me azotó sin razón y me daba de comer lo mismo que él comía. Yo estaba agradecido a mi amo y señor.
Tras pasar León nos dirigimos hacia tierras asturianas, y ya cerca de Oviedo, nos salieron al paso unos caminantes. Al principio nos parecieron peregrinos de viaje santo, pero al acercarse a nosotros, Munio se dio cuenta que eran asaltantes.
-¡Ojo Nuño!-me dijo-Toma-y me tendió la navaja que usaba para cortar las hogazas de pan. Yo me quedé alelado mirándola hasta que los hombres se dirigieron a nosotros voceando. Entonces me la guardé debajo de la camisa.
Los asaltantes llegaron hasta nosotros y se encararon con Munio, pidiéndole lo que llevaba. El se resistió y uno de ellos le atizó con un garrote. Cayó al suelo sin pronunciar una palabra. Rebuscaron en sus bultos, y el que había golpeado al buhonero me miró. Yo estaba temblando-¡Eh zagal, ¿era tu padre? Negué con la cabeza, y el hombre se echó a reir.
-Ahora eres libre muchacho. Puedes irte por tu camino o venir con nosotros. No tendrás una vida tranquila pero será mejor que la que tenías
Mientras ellos emprendían la marcha, yo me quedé atrás, y algo me hizo seguirles, al principio varios pasos detrás, pero al poco caminaba a su lado.
No hay tiempo ahora para relatar mis andanzas junto a ellos, escribo estas letras desde un calabozo de la alcazaba de Gormaz, donde espero la hora de encontrarme con el Señor, o tal vez sea con el diablo, con quien tenga que jugarme los cuartos. Lo mismo me da acabar mi maldición con cualquiera de los dos.
Etiquetas: Relatos
6 Comments:
Interesante, pero espero que la hsitoria no acabe aquí, quiero capitulo II de sus andanzas.
¡huy, si ya lo he matado!
mmmm... hubiera podido hacer como Cortazar y su Rayuela, pero ya nos contó el final.
La historia muy buena...como siempre. Saludos.
Me encantó!
Pero porqué lo has matado tan pronto!
Porque el cuento solo tenía que ocupar un folio.
No se, a lo mejor lo resucito...Podía ser su espirítu el que contara más cosas....¿no?
o como en la familia de Pascual Duarte, que primero empiezana a hablar de la carta que dejo y luego cuenta toda la historía, vamos, creo que era ese libro.
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