Viajando

Espero la llegada del metro leyendo mi libro.

Se abren las puertas. La mujer que está a mi lado entra al vagón haciéndose sitio entre los que van a salir. Todo el mundo corre para coger un asiento. Yo también acelero el paso.

Me he sentado; el asiento es pequeño, mi codo derecho roza el codo izquierdo del hombre del otro asiento. Mis rodillas entablan una conversación con las rodillas de la mujer del asiento enfrentado.

Tengo calor, llevo puesto el abrigo y la bufanda, debajo de ellos, una chaqueta con la cremallera cerrada y un jersey. El vagón tiene puesta la calefacción. Me levanto, dejo el libro en el asiento, el bolso en el suelo, y me retuerzo para quitarme el abrigo. Me siento con el bolso en las piernas, el abrigo sobre el bolso y el libro sobre el abrigo, estiro el cuello para leer el libro.

Dejo pasar mi estación, no hay un solo resquicio por donde llegar a la puerta, supongo que al ser una estación de puente bajará mucha gente. Me equivoco, no baja nadie, así que antes de llegar a la siguiente, intento abrirme camino hasta la puerta; lo consigo después de desenganchar la correa del bolso del asiento, y de empujar con el trasero a la barrera humana que se interpone entre la puerta y yo. ¡Odio empujar y que me empujen¡

Recorro el inmenso pasillo del trasbordo y llegó a mi línea. En este vagón va menos gente que en el anterior. Llegamos a mi estación y mi bajo sin contratiempos.

Mientras subo al exterior voy pensando en lo complicado que es llegar a trabajar, si vas en coche sufriendo todos los días los atascos, y si vas en bus o metro, apelotonado como animales en vagones de carga.

¡Si acabo de llegar al trabajo y ya estoy cansada¡