El Crucifijo
¡Monseñor, queda usted detenido¡
D. Julián Álvarez de Azcona, más conocido como Monseñor, empalideció al escuchar la frase en boca precisamente de este hombre.
Mientras el furgón policial iniciaba el viaje a los juzgados, Monseñor se sumergía en sus recuerdos….
Tenía por costumbre cuando salía del Obispado, acercarse a una pequeña parroquia cercana. Allí rodeado del silencio, meditaba y pedía al Señor por su alma; cuando terminaba sus oraciones, solía pasear por la pequeña iglesia y en uno de sus paseos descubrió la imagen de Santa Teresita. Al acercarse observó que del cuello de la santa colgaba una cadena con un pequeño crucifijo. Lo tomó en sus manos y comprobó que se trataba de un crucifijo de oro y que tenía incrustados cinco pequeños brillantes, pequeños pero perfectos.
Le sorprendió mucho que en aquella modesta iglesia hubiera una joya de esas características y decidió que cuando volviera al Obispado, revisaría los archivos.
Dio media vuelta para salir de allí y entre las sombras que cubrían los bancales creyó ver a alguien sentado.
Caminó hacia la salida y al llegar a la altura del desconocido miró con rapidez; lo que vio no le gustó nada .El hombre le observaba a su vez y su mirada era torva. Le saludó apresuradamente y siguió su camino.
Volvió al obispado y revisó los archivos; no encontró nada sobre el crucifijo. Continuó con sus quehaceres habituales pero el crucifijo no se iba de su cabeza. Una idea comenzó a infiltrarse en su mente. Estaba seguro que el hombre de las sombras era un ladrón y que planeaba robar en la iglesia.
Después de comer, como era costumbre en él, fue a su despacho donde dormía una pequeña siesta, pero el sueño se negaba a llegar y en su lugar la idea del robo le acuciaba.
Salió del despacho y se encaminó a la calle. Casi sin pensarlo se dirigió de nuevo a la iglesia.
Como casi siempre estaba vacía, y con paso resuelto se dirigió hacia la imagen de Santa Teresita. Persignándose y pidiendo perdón por lo que pensaba hacer, tomó el crucifijo y se lo guardó en un bolsillo de su sotana y salió de allí apresuradamente.
Al salir a la luz de la calle, vio en el bar de enfrente al hombre que había visto por la mañana mirándole, y asustado comenzó a andar con rapidez.
No quería mirar hacia atrás, pero lo hizo y vio al hombre unos metros atrás siguiendo sus pasos.
El camino hasta el Obispado fue un suplicio, y al llegar subió rápidamente a su despacho y tomó el teléfono.
Antes de que pudiera terminar de marcar, la puerta del despacho se abrió violentamente y el hombre entró; acercándose a él le dijo:
-¡Monseñor, queda usted detenido¡
D. Julián Álvarez de Azcona, más conocido como Monseñor, empalideció al escuchar la frase en boca precisamente de este hombre.
Mientras el furgón policial iniciaba el viaje a los juzgados, Monseñor se sumergía en sus recuerdos….
Tenía por costumbre cuando salía del Obispado, acercarse a una pequeña parroquia cercana. Allí rodeado del silencio, meditaba y pedía al Señor por su alma; cuando terminaba sus oraciones, solía pasear por la pequeña iglesia y en uno de sus paseos descubrió la imagen de Santa Teresita. Al acercarse observó que del cuello de la santa colgaba una cadena con un pequeño crucifijo. Lo tomó en sus manos y comprobó que se trataba de un crucifijo de oro y que tenía incrustados cinco pequeños brillantes, pequeños pero perfectos.
Le sorprendió mucho que en aquella modesta iglesia hubiera una joya de esas características y decidió que cuando volviera al Obispado, revisaría los archivos.
Dio media vuelta para salir de allí y entre las sombras que cubrían los bancales creyó ver a alguien sentado.
Caminó hacia la salida y al llegar a la altura del desconocido miró con rapidez; lo que vio no le gustó nada .El hombre le observaba a su vez y su mirada era torva. Le saludó apresuradamente y siguió su camino.
Volvió al obispado y revisó los archivos; no encontró nada sobre el crucifijo. Continuó con sus quehaceres habituales pero el crucifijo no se iba de su cabeza. Una idea comenzó a infiltrarse en su mente. Estaba seguro que el hombre de las sombras era un ladrón y que planeaba robar en la iglesia.
Después de comer, como era costumbre en él, fue a su despacho donde dormía una pequeña siesta, pero el sueño se negaba a llegar y en su lugar la idea del robo le acuciaba.
Salió del despacho y se encaminó a la calle. Casi sin pensarlo se dirigió de nuevo a la iglesia.
Como casi siempre estaba vacía, y con paso resuelto se dirigió hacia la imagen de Santa Teresita. Persignándose y pidiendo perdón por lo que pensaba hacer, tomó el crucifijo y se lo guardó en un bolsillo de su sotana y salió de allí apresuradamente.
Al salir a la luz de la calle, vio en el bar de enfrente al hombre que había visto por la mañana mirándole, y asustado comenzó a andar con rapidez.
No quería mirar hacia atrás, pero lo hizo y vio al hombre unos metros atrás siguiendo sus pasos.
El camino hasta el Obispado fue un suplicio, y al llegar subió rápidamente a su despacho y tomó el teléfono.
Antes de que pudiera terminar de marcar, la puerta del despacho se abrió violentamente y el hombre entró; acercándose a él le dijo:
-¡Monseñor, queda usted detenido¡
Etiquetas: Relatos
1 Comments:
Muy bueno. Casualidades de la vida, pasa por tener confianza ciega en las primeras impresiones que ofrece una mirada torva.
Saludos.
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