El gato
La abuela abrió la puerta, y nos miró con gesto ceñudo y los brazos en jarras; mamá sonrió, bajó el escalón de la entrada, y la abuela se apartó. Nosotras aprovechamos la protección que nos brindaba el cuerpo de nuestra madre, para entrar con rapidez y sentarnos en el sofá.
Mi hermana se arrimó a mí, asustada por la abuela, y puso su manita encima de la caja de zapatos que reposaba en mis piernas.
La abuela miró la caja y a continuación a mi madre, y en un gesto muy suyo, cruzó los brazos a la altura del pecho y soltó un gruñido.
-¡Mira que he dicho veces que no quiero bichos en casa! ¡Así que ya estáis echando a ese de aquí!
Mi hermana se encogió en el sofá sobresaltada, y yo, rabiosa me levanté de un salto.
-¡Abuela, papá ha dicho que sí, que podemos quedarnos el gatito! Mira que bonito es abuela, ¡Míralo!-le supliqué, sacando al animalito de la caja.
Era un gatito de dos meses, completamente blanco, igual que su madre, la gata que mi tía Luisa tenía en su casa.
El minino maulló y se revolvió en mis manos. Al notar el pinchazo de sus uñas, las abrí y el gato cayó al suelo. Mi abuela, al verle, hizo ademán de cogerle pero el gato se escabulló entre los muebles.
La abuela comenzó a gritar-¡Veis lo que pasa! ¡A ver quién es el guapo que lo coge ahora! –Mi hermana se puso a llorar, como sólo ella sabía hacerlo, y yo roja de ira, me enfrentaba a los ojos pardos de mi abuela.
Mamá intentó calmar a mi hermana, calmar a la abuela, y darme un sopapo a mí, cuando gritando yo también, echaba en cara a su suegra que el gato se había escapado por su culpa.
Buscar al gato por toda la casa no nos llevó mucho tiempo, sólo eran dos habitaciones y la cocina, pero el animalito no aparecía por ningún sitio.
-Se habrá escapado por la ventana-dijo la abuela satisfecha.
-¡Por tu culpa!-dijimos mi hermana y yo al tiempo.
-¡Ya está bien!-dijo mi madre enfadada-¡Se acabó! El gato se ha escapado y ya no hay más que hablar.
No le dirigimos la palabra a la abuela en toda la tarde. Que no lo hiciera yo no la debió sorprender mucho, pero que mi hermana no se acercara a ella para hacerle carantoñas y peinar su suave pelo blanco, debió dolerle mucho.
Sobre las ocho llegó mi padre, y nos encontró a todas enfurruñadas. El quitó importancia a nuestros lloriqueos y acarició la cara de mi madre.
Se acercó a su madre, tomó su mano y le dijo suavecito-Madre, quite usted ese ceño, y vamos a cenar.
Así se hizo, pusimos la mesa y nos sentamos a cenar. Cuando ya casi habíamos terminado mi madre le pidió a la abuela que le cogiera algo del último cajón del mueble del comedor.
La abuela abrió el cajón y asombrada gritó-¡La leche, sí está aquí el puñetero gato!
Allí estaba, el minino blanco, echo una bolita y durmiendo apaciblemente.
Más tarde, cuando veíamos la televisión, con el gato pasando de mis manos a las de mi hermana, mi madre preguntó-¿Y cómo se va a llamar?
-Pai- contestamos las dos al unísono.
-Pues vaya nombre para un gato-gruñó la abuela-Se tendría que llamar Micifú o Panchito….
-¡Pai Woker!-repetí yo retando a mi abuela.
-Pues “Pá ti la perra gorda”, niña-contestó mi abuela.
Mi hermana se levantó y cogió el cepillo de pelo de la habitación de mi madre. Con suavidad comenzó a cepillar el pelo de la abuela, que sonriendo me miró.
Respondí a su mirada, con un beso en mis ojos.
Mi hermana se arrimó a mí, asustada por la abuela, y puso su manita encima de la caja de zapatos que reposaba en mis piernas.
La abuela miró la caja y a continuación a mi madre, y en un gesto muy suyo, cruzó los brazos a la altura del pecho y soltó un gruñido.
-¡Mira que he dicho veces que no quiero bichos en casa! ¡Así que ya estáis echando a ese de aquí!
Mi hermana se encogió en el sofá sobresaltada, y yo, rabiosa me levanté de un salto.
-¡Abuela, papá ha dicho que sí, que podemos quedarnos el gatito! Mira que bonito es abuela, ¡Míralo!-le supliqué, sacando al animalito de la caja.
Era un gatito de dos meses, completamente blanco, igual que su madre, la gata que mi tía Luisa tenía en su casa.
El minino maulló y se revolvió en mis manos. Al notar el pinchazo de sus uñas, las abrí y el gato cayó al suelo. Mi abuela, al verle, hizo ademán de cogerle pero el gato se escabulló entre los muebles.
La abuela comenzó a gritar-¡Veis lo que pasa! ¡A ver quién es el guapo que lo coge ahora! –Mi hermana se puso a llorar, como sólo ella sabía hacerlo, y yo roja de ira, me enfrentaba a los ojos pardos de mi abuela.
Mamá intentó calmar a mi hermana, calmar a la abuela, y darme un sopapo a mí, cuando gritando yo también, echaba en cara a su suegra que el gato se había escapado por su culpa.
Buscar al gato por toda la casa no nos llevó mucho tiempo, sólo eran dos habitaciones y la cocina, pero el animalito no aparecía por ningún sitio.
-Se habrá escapado por la ventana-dijo la abuela satisfecha.
-¡Por tu culpa!-dijimos mi hermana y yo al tiempo.
-¡Ya está bien!-dijo mi madre enfadada-¡Se acabó! El gato se ha escapado y ya no hay más que hablar.
No le dirigimos la palabra a la abuela en toda la tarde. Que no lo hiciera yo no la debió sorprender mucho, pero que mi hermana no se acercara a ella para hacerle carantoñas y peinar su suave pelo blanco, debió dolerle mucho.
Sobre las ocho llegó mi padre, y nos encontró a todas enfurruñadas. El quitó importancia a nuestros lloriqueos y acarició la cara de mi madre.
Se acercó a su madre, tomó su mano y le dijo suavecito-Madre, quite usted ese ceño, y vamos a cenar.
Así se hizo, pusimos la mesa y nos sentamos a cenar. Cuando ya casi habíamos terminado mi madre le pidió a la abuela que le cogiera algo del último cajón del mueble del comedor.
La abuela abrió el cajón y asombrada gritó-¡La leche, sí está aquí el puñetero gato!
Allí estaba, el minino blanco, echo una bolita y durmiendo apaciblemente.
Más tarde, cuando veíamos la televisión, con el gato pasando de mis manos a las de mi hermana, mi madre preguntó-¿Y cómo se va a llamar?
-Pai- contestamos las dos al unísono.
-Pues vaya nombre para un gato-gruñó la abuela-Se tendría que llamar Micifú o Panchito….
-¡Pai Woker!-repetí yo retando a mi abuela.
-Pues “Pá ti la perra gorda”, niña-contestó mi abuela.
Mi hermana se levantó y cogió el cepillo de pelo de la habitación de mi madre. Con suavidad comenzó a cepillar el pelo de la abuela, que sonriendo me miró.
Respondí a su mirada, con un beso en mis ojos.
Etiquetas: Relatos
9 Comments:
Qué delicia de relato. Justo lo que necesitaba para irme a dormir. Un abrazo!
Gracias, José. Que duermas bien
Que relato tan tierno, simplemente precioso, gracias por compartirlo con nosotros.
Hmmm, Pori quizas valla a la guarderia cuando tenga 4 años, mas bien al preescolar, el año que viene, si Dios quiere, lo inscribire para que inicie cumpliendo 4 añitos.
Besos!
Hola chica ocupada, me alegro de verte
... tan facil que puede uno llegar a la felicidad, ah como nos complicamos la vida.
Saludos
El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra
A mi nunca me quiso un gato mas que para que le diera de comer. Creo que eso me oriento hacia los perros, y valla que gustaba de retar a mi abuela, jejejeje.
a mí, ese gato no me quiso nada, es más me odiaba. Tenía los brazos y las piernas llenos de arañazos.
Claro que yo también le hice muchas putaditas.
Tienes razón, Morgaana. Siento de nuevo ganas de escribir, que tomo mi ritmo. Que alivio salir de bloqueo.
Bexxos!!!
Así estoy yo, bloqueada. Me alegro por ti Xoco
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